- Un hombre que hizo virtud de su silencio para alcanzar el Cielo.
- Un hombre que aunque no alcanzara la santidad, debió de andar muy cerca, después de leer sus méritos milagrosos.
- Un hobre que pide permiso para ver a su familia en Nogales, y va, ve a sus hermanos en la ermita de Santa Justa, y se vuelve diciendo que solo le habían dado permiso para verlos.
- Un hombre sabio entre los sabios, que tenía respuestas mudas para todos.
- Una persona que no se doblega ante el poder de la Duquesa de Bejar, ávida de conocer su reacción cuando es llamado a su presencia.
- Un hombre que no quiso nunca ser servido, sino servir. Y con temor a ofender a Dios si perdiera la cabeza antes de morir
El sitio del Convento de Santa Marina de la Verde, como le describimos al principio, es tan apropósito para el retiro de la vida monástica y quietud de la Contemplación, que muchos han juzgado y juzgan por desacierto no poner allí una Recolección, pues la naturaleza parece que le hizo Recoleto.
Movido desta razón eficaz le adjudicó a
la Recolección el Padre Provincial Guinaldo en la Congregación de
Ciudad-Rodrigo el año de mil y seiscientos y diez y ocho. Y lo fue algún tiempo
breve, pero al fin falto por las razones que dijimos en el libro primero,
capitulo 28. Mas como la verdad de ser Recoletos no depende solo de los
decretos de la Provincia y adjudicación del lugar conveniente, sino mas del ánimo
quieto, siempre el Convento de la Verde dio al Cielo espirituales varones, antes
y después de aquel decreto y institución.
Mucho antes acabó aquí bienaventuradamente
el P.Fr. Andrés de Nogales, cuya Religiosa y Recoleta vida hizo al Convento
Recoleto sin serlo.
Fue natural de Nogales, lugar donde tomó el apellido en el Obispado de Badajoz. Varón de vida muy observante y austera, y de gran ejemplo así a los Religiosos, como seculares. Estudió en el siglo y entrando con bastante caudal de letras en la Religión, no quiso seguir la escuela ni el oficio del pulpito por el amor que tenía a la Soledad y silencio. Y así hizo cierta esta vocación en todos los Conventos en que vivió.
Aunque estuviesen muy cercanos a los
pueblos, guardó el silencio con particular observancia sin que le viesen ni oyesen
hablar sino en ocasiones de precisa necesidad. Y se advirtió que en mucho tiempo fuera de los
oficios del coro, del altar y el acto de la confesión sacramental, nunca desplegó
los labios a palabra alguna.
Rara mortificación, y la más opuesta a la
libertad que más ama nuestro natural por desahogarse. Pues en sentencia de un Gentil
político y estadista, la última miseria a que puede bajar la servidumbre humana
es cuando se prohíbe el comercio de oír y hablar. Esta mortificación y servidumbre
se imponía voluntariamente el siervo de Dios.
Y por llevar adelante la virtuosa resolución, hasta las conversaciones de los Religiosos huía; que de hablar con los seglares, no había menester huir el que a ese peligro estaba como negado.
Viviendo el varón de Dios en Béjar, deseó
mucho la Duquesa verle y hablarle esperando mucho consuelo espiritual por lo que había oído decir de su virtud. Reconoció
ser difícil la empresa, y solo reservada al poder de la obediencia. Y así, hallándose
una vez en la Iglesia, rogó al Guardian que mandase al Padre Nogales bajase a
verla. El lance era forzoso al verdadero obediente.
Solo restaba armarse de cautelas para ver como había de portarse sin ofensa de su silencio y recogimiento en tan extraña ocasión. Bajó obediente ý hizo a la Duquesa una inclinación sin alzar los ojos a mirarla, y dijo: “He obedecido, señora, a mi Prelado, y llegado aquí, mi vida importa poco o nada. En el cielo nos veamos”. Y diciendo esto se volvió, sin que fuese posible detenerle. Quedó tan ejemplificada la Duquesa, y tanto más devota a su virtud; cuanto mortificada en su intento. Y el P.F. Andrés se fue a la celda a descansar con Dios, de aquel afán en que la obediencia le había puesto.
Como andaba tan abstraído de lo temporal, le sobraba el tiempo para ejercitarse en tantas ocupaciones, porque después de acudir a las de comunidad se empleaba en muchas de oración vocal y mental, y de corporales ejercicios; o se estaba en la librería estudiando; que con las noticias que había tenido en el siglo adquirió tan copiosa ciencia, que se creyó ser más infusa que adquirida, porque a cualquier punto que le propusiesen o dificultad que le preguntasen, fuese en materias escolásticas, positivas, o morales, satisfacía revolviéndolas con admirable destreza, y citaba al Autor, capitulo, o cuestión, y a un folio tan cierto como si actualmente le estuviera leyendo. Cosa que admiraba a los doctos y le granjeaba la fama de oráculo universal por la opinión que todos tenían de que era ciencia revelada, como parecía con mas que bastantes fundamentos. Y estas repuestas daba rogado, y aun mandado, y atento siempre a no quebrantar cuanto le fuese posible, su silencio y recogimiento.
Algo padeció de
humano el Padre Nogales (como de David, cuando apeteció el agua de la cisterna de Belén, lo dijo San Ambrosio)
Deseó el siervo de Dios, sobre muchos años de ausencia, ver a su patria y sus hermanos, y habiendo conseguido la licencia del Prelado superior sin dificultad, pues se daba a persona tan segura y ejemplar, caminó hasta cerca de su lugar a donde encontró a sus hermanos que venían del campo. Saludolos, y estuvo con ellos cosa de media hora en una Ermita. Y de allí se despidió luego para volverse a su Convento.
Mucho extrañaron los hermanos esta resolución, y con todo aprieto le instaron a que se fuese con ellos a casa, y para su consuelo, admitiese siquiera una noche de hospedaje, pues con tanto trabajo y en tanta edad, que serían algunos sesenta años, había caminado a pie por verlos más de cinquénta leguas. Mas ni eso pudieron acabar con él. Antes constante en su determinación, daba por excusa que la licencia del Prelado había sido solo para verlos; y que habiéndolos visto, en cualquiera otra cosa excedía de la voluntad del Prelado, y del tenor de la licencia.
Bien sabia el Padre Nogales, como hombre
tan noticioso, y tan visto en los libros, especialmente en materias morales, que
la palabra ver en semejantes licencias suena a visitar, y incluye todo lo consiguiente
o concomitante a una visita tan honesta como de hermanos, y más habiendo hecho
tan largo viaje, y no habiendo Convento en el lugar ¿En cuántas casas de
Seglares posaría en el camino?
Retirose a los últimos años al Convento
y desierto de la Verde, adonde ayudado de la comodidad del lugar se dio su espíritu
todo a la contemplación, y hizo una vida perfectamente monástica. La oración
que en los demás Conventos le llevaba gran parte del día y de la noche, en este
casi era continua; los ayunos más frecuentes; y a la noche no hacía colación; estilo
que había observado siempre.
El mismo siendo de setenta años, y más
lavaba por sus manos los paños pobres de que usaba sin consentir que en este,
ni otro oficio le ayudasen los mozos; y
el que no se dejaba servir, no perdía ocasión de servir a los demás.
Tanta era su modestia, y lo que sentía verse servido, o que por su causa fuesen molestados los Religiosos, que visitándole un Padre grave en la última enfermedad, le dijo: Padre no pido a Dios más de que se haga en mi su voluntad; y si fuese servido, no me diese de enfermedad más de diez o doce días, por no ser penoso, ni molesto a mis hermanos. Además, que para prepararse un Religioso para morir este tiempo basta; pues debe andar toda la vida dispuesto para eso.
Previniendo en todo los peligros de la muerte, y la importancia de su salvación, a la primera calentura de su última enfermedad dijo a los Religiosos: Padres si Dios fuere servido, que por justos juicios suyos yo pierda mi juizio con algún frenesí, sea vano y tenido por locura todo lo que sucediere decir no conforme a nuestra Santa Fe Católica y a la Doctrina de la Santa Madre Iglesia Romana: que desde luego me desdigo, y protesto ser fuerza del mal, y contra mi verdadero sentir.
Probó el suceso ser esta revelación que tenía de su enfermedad y muerte, y prevención profética; y así se creyó con razonable fundamento. Porque el día de su muerte le dio un terrible frenesí, en que desatinó mucho. Y como esto lo dijo tan al principio, y fin experiencia de semejante mal, hizo creíble la revelación, y espíritu profético.
Mas Dios, que permitió aquel efecto natural de la enfermedad, acudió con el socorro oportuno. Pues, aunque este daño no podía empecer a su salvación, cogiéndole tan contrito y seguro sobre la protesta hecha, con todo le restituyó a su sano juicio tres o cuatro horas antes de expirar, con que volvió a su modestia primera.
Hizo grandes actos de contrición, recibió
la extremaunción con palabras y obras de grande edificación; y murió como había
vivido por los años de mil y seiscientos, dejando fama de Santo Varón, y gran
siervo de Dios.
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